lunes, 31 de octubre de 2011

El mañana


La carretera estaba despejada; el cielo, sin tráfico. El rey sol se alzaba en todo su esplendor y de forma benevolente de manera que sus cálidas caricias no llegaban a ser calurosamente dolorosas, de hecho, se agradecía su presencia en un amanecer tan fresco. Los cantos del cielo traían el sonido del viento, un viento helado que se estrellaba contra mi rostro a velocidad sosegada. Mechones sueltos de mi cabello se rebelaban contra la goma que los sostenían y danzaban a merced del verano.

Susurros de aire y respiraciones de oxígeno se arremolinaban en mis orejas, no había ruido, no había sonido, lo único que había a mi alrededor era una paz tan solo predecible por el oído humano, oído afortunado el mío.

Deslicé una mano alrededor del rugoso volante. Levanté la izquierda, sin perder el control empecé a dibujar olas sobre el desértico paisaje conforme avanzaba. A pesar de ser una pieza de museo, el coche volaba sin rozar el asfalto, con una ligereza propia de deportivo, envidiable por cualquier coche hollywoodiense. El viejo descapotable aguantaba como un chaval, su pintura había perdido vivacidad y su motor padecía de bronquitis, pero su espíritu olía a juventud.

Continuábamos solos el camino, físicamente solos, al menos. Estábamos acompañados de vida, las almas de cada arbusto velaban nuestro pasar, los insectos del desierto eran meros espectadores de un reality sin sentido más; y luego estaba la arena, fiel compañera desde el comienzo, había permanecido a nuestro lado en todo momento.

Nuestro lado… nuestro… Poder emplear una palabra para referirse a dos personas como un todo es algo maravilloso, es un hecho único en la lengua que la Gramática debería considerar desde un aspecto menos lingüístico y más filosófico. Mi vista se desvía al retrovisor.

Mi sistema respiratorio se aceleró, la circulación fluyó con más ansia, como si tuviera un fin  concreto; mis células mandaron respuestas al estímulo que mis ojos acababan de recibir, las respuestas llegaron a mis labios. Forman una sonrisa. No soy consciente de todo este complejo pero rapidísimo procedimiento hasta que mi mirada se volvió a desviar y mi sonrisa se ensanchó.

Dormía. Entre los asientos traseros reposaba parte de su ser. De espaldas a mí, con la cabeza encogida sobre su hombro y con las piernas sobresaliendo del vehículo. Mi atención  ya había sido completamente desviada de la carretera para ese momento. Me dedico a los detalles.

Está inmóvil, si no estuviera completamente segura de que sigue vivo, me permitiría dudar sobre su existencia… y sería un lujo delicioso. Podría soñar con él cuanto quisiera. Sin embargo, no es necesario soñarle, a pesar de su quietud, el dióxido de carbono abandona su cuerpo con una pasividad entendible desde mi punto de vista: resultaría ilógico desear abandonarle en cualquier caso.  

Conforme avanzamos, las sombras cambian de posición sobre su rostro. Pasean seguras por él, lo recorren exigiendo derechos sobre un territorio que no les pertenece. Incluso se atreven a hacer desaparecer sus pecas. Por unos instantes tengo la tentación de tomarme la libertad de envidiarlas, rechazo de inmediato esa opción. Sin duda alguna, soy conocedora de su cuerpo mucho mejor que cualquier sombra que se precie. Estudié en la universidad de sus pestañas, tengo un máster en investigación de los sentimientos que esconde su pecho y soy conocedora de todos y cada uno de los lunares con los que ha sido decorado.

Mis manos y su piel han sido uno desde el momento en el que nos conocimos. Sin embargo, uno de los mayores tesoros de este paraíso es su cabello. Revolotea al compás de la velocidad. El mismísimo astro rey lo usa como espejo y se acicala coqueto durante todo el viaje provocando una intensificación del color rojizo de dicho cabello dolorosamente tentadora. Y él permanece quieto, impasible, obediente. Mis manos y su piel han sido uno desde el momento en el que nos conocimos, pero mis manos ansían tener la misma libertad que tiene el sol para recorrer cada reflejo y acariciar cada mechón independiente. Estos corretean juguetones por su frente, terminan en sus cejas y pestañas.

Esos son los auténticos guardianes del templo que esconde el tesoro rey. Para llegar a él hay que pasar una dura prueba que son sus ojos, por suerte, la prueba en esos instantes está en reparación y es posible continuar el avance con tranquilidad. La nariz es solo una trampa, se puede sobrevivir a ella fácilmente si evitas prestarle más atención de la que merece. Pero entonces lo encuentras. El tesoro rey. No es el mejor guardado de la historia. No es el más valioso. No es el más buscado. Pero es mío, lo que lo convierte por defecto en mi tesoro mejor guardado, en mi tesoro más valioso y en mi tesoro más buscado. Sus labios. Están perfectamente sellados, dormidos.

Desconecto de la más deliciosa distracción ante un nuevo cruce de caminos. Dejo que mi instinto decida. Podría decir que lo que estamos haciendo se denomina huir, pero no soy lo suficiente soberbia como para hacerlo. No teníamos ningún tipo de problemas. Nacimos en un mundo perfecto que se habían encargado de diseñar a propósito para que no tuviéramos que enfrentarnos a ninguna dificultad, querían que viviéramos vidas perfectas sin problemas ni dificultades. Vidas sin vida. Así que se podría decir que huíamos en busca de problemas.

Mi acompañante se despierta. Un sonido diferente me ha advertido de ello, el contacto entre sus ropas y la piel de los desgastados asientos. Cambia de postura pero mantiene los ojos cerrados ante el contacto solar. Los pliegues de su camisa de cuadros y los rotos de sus vaqueros son pruebas irrebatibles del largo proceso del que estamos siendo evaluados.

Finalmente, opta por sentarse en los cabezales de los asientos traseros, provocando así que su deliciosa sombra cubra mis hombros, le sonrío por el retrovisor sin comprobar si me está mirando, sé que lo está haciendo. También sé exactamente cómo está sentado. Codos apoyados en las rodillas y manos entrelazadas. Los primeros botones desbrochados de su camisa resultan tentadores, al igual que su aspecto de misterio con esas viejas pero carísimas aviator que ahora cubren sus ojos. Mira a nuestro alrededor.

-¿Dónde vamos?

No respondo, una mirada es suficiente. Cuando llegas al punto en el que sin decir nada, lo dices todo, sobran las palabras, sobran las miradas y sobra todo lo demás. Llegados a este punto solo estamos él y yo.

domingo, 30 de octubre de 2011

Baby Blue Eyes


Me despierto y él es lo primero que siento. Mis pestañas rozan suavemente su piel, mi nariz palpa su olor, aspiro el aire por la boca para poder beberme su aroma, gracias. Consigo abrir los ojos después de parpadear salvajemente para que se acostumbren a la claridad de la temprana realidad.

Apoyada en su pecho solo consigo ver las sábanas protectoras del frío y conservadoras de nuestro calor, las cortinas casi transparentes me tientan con un día soleado y lleno de vida, desde esta posición puedo ver el cielo, juraría que sonriendo, gracias.

Me incorporo lentamente para tener una perspectiva de lo realmente bello de esta mañana. Él está dormido todavía, respira muy lentamente, rozando la quietud; tiene la cabeza ligeramente girada hacia la ventana, como ansiando el sol que en estos momentos le ilumina el rostro y amenaza con despertarle. Sus labios entreabiertos suspiran deseos de eternidad que intento atrapar con cada respiración. Tiene el brazo izquierdo bajo de la almohada, en el lugar donde yo he dormido, el otro reposa en su vientre desnudo, bailando al compás de éste. Y luego está su tatuaje, EL tatuaje, lo repaso con mi dedo índice deteniéndome en cada detalle, reviviendo cada curva y escuchando cada letra, está situado justo en el centro de su pecho, bajo el cuello; el mensaje “All you need is love”, en algún momento de la noche hice mi aportación y continué con el tatuaje escribiendo “and all I need is you” con rotulador. Gracias por esta perspectiva de él.
Tras mi detallada observación, decido que todo es correcto y como debe ser en una mañana de domingo, me levanto. Secuestro  su vieja camiseta de Superman que lleva abandonada en la silla del escritorio desde tiempos prehistóricos, en realidad desde ayer, pero ayer ya parece tan lejano… Gracias. Resulta una supercamiseta, más que suficiente.

Mi mirada se detiene en el escritorio: una cámara polaroid me devuelve una mirada majestuosa, una de sus pasiones es  la fotografía, me extraña la presencia de esta cámara ahí: cuando salimos anoche llevó una simple cámara digital. Localizo a esta última a los pies de la cama.

Me pongo cómoda en el diminuto, pero inspirador sofá que me ofrece sus servicios desde el otro extremo de la habitación. Escucho atentamente la historia que  las fotos me narran conforme voy examinándolas: nuestra historia, la historia de nuestra  noche de ayer… Todos de gala estábamos guapísimos, la cena fue con sus compañeros de clase, personas realmente divinas, en un restaurante del centro; más tarde tuvimos la fiesta en una sala de los mejores hoteles de la ciudad: una auténtica mansión sufrió nuestros métodos de diversión más extremos, en la fiesta estuvieron sus mejores amigos y agradecí ver caras conocidas entre tanta mirada de superioridad.

Llego de nuevo a la primera foto y, aunque no me importaría revivir las fotos hasta haberlas memorizado, apago la cámara y la deposito en el escritorio, junto a la polaroid.
 Salgo de su cuarto y paseo por el apartamento… quizás “paseo” es una palabra demasiado fina para el momento, más bien ando por el pequeño piso que es su apartamento y que a duras penas puede pagar: su escaso sueldo no le permite lujos. Se gana la vida tocando por las noches en algunos pubs con su grupo (sus mejores amigos). Agradezco que sea así, me encanta que viva por, para y de la música, que alimente su espíritu de acordes y que pierda el sueño con cada canción inacabada.

En apenas tres pasos me sitúo en la cocina. Hay que coordinar las puertas para poder pasar del salón a la cocina, pero una vez conoces el truco lo haces involuntariamente. Abro el refrigerador; la comida sana no hace demasiado acto de presencia, es más, la comida en general brilla por su ausencia. Me hago con el cartón de leche sin pensarlo demasiado y como siguiente paso, abro el armario de los vasos (de toda la vajilla en realidad) cojo su vaso, el vaso en el que él posa sus labios todas las mañanas al desayunar y lo sé porque es el primero que me da los buenos días nada más abrir la puertecita del armario, es el único que ha sido tantas veces fregado que ya tiembla cada vez que es usado y es el único que solo puede tocar él mismo debido a su valor emocional. El vaso pertenece al local donde dieron su primer concierto, además del lugar donde nos conocimos.

Sonrío al recordar la historia, no pude ser más estúpida, pero cada día doy las gracias por mi estupidez. Era la primera vez que mis amigas y yo íbamos a ese pub y su música (y ellos) nos gustaron tanto que decidimos ir a hablarles, simple, la cosa se complicó después cuando le comenté que convencía todas las noches a mis amigas para ir a ese mismo lugar y poder verle tocar, entonces él me dio las gracias por encontrar a su hermano gemelo, y es que no solo nosotras estrenábamos el pub, también era la primera vez que ellos tocaban allí. Como disculpa me ofrecí a llevarles los instrumentos al próximo lugar en el que tocaran, él decidió que aquello compensaba mi metedura de pata. Tras dos largas horas demostrándole que no solo podía fastidiar el momento una vez sino muchas más me dijo que el próximo lugar en el que quería tocar era mi casa. Tuve que llevarme su guitarra, la de su compañero, el bajo y los platillos de la batería a casa, agradecí tener a mis amigas allí para ayudarme. Al día siguiente volvió a recogerlos y desde entonces, hasta hoy.

Acudo al único sillón del apartamento que está en el salón. Me siento con las piernas cruzadas para evitar el contacto de mis pies desnudos con el suelo, mantengo el vaso de leche entre mis manos. Es un cómodo sillón tan desgastado y con un tapizado tan victoriano que pasaría por una pieza de museo y es que, en realidad, todo su salón es una pieza de museo: un mueble estantería preside el cuarto, de madera de roble ya envejecida, los libros se amontonan en ella empolvados y desencuadernados pero magníficos, no hay televisión, la vendió hace algunos meses; sin embargo, aún mantiene lo que probablemente sea el aparato más caro de la casa: el reproductor de discos de vinilo, su más preciado bien después de las guitarras, el reproductor se yergue desde una pequeña mesita al lado del sillón, bien cerca del oído humano, los discos de vinilo se reparten por toda la sala, aparecen allí donde la vista alcanza y donde el mínimo espacio les permite, ni siquiera tiene mp3 en su vida, a veces me pregunto si realmente pertenece a esta época… Gracias por la respuesta negativa. Un cuaderno reclama mi atención, es su cuaderno de canciones, sin poder ni querer evitarlo lo recojo del suelo, paso las hojas y escucho cada sonido, cada canción en el crujir del papel, llego a la última página, ha escrito en mayúsculas el título de la canción y todos los acordes, pero tan solo aparece la letra del estribillo, el resto está vacío, huecos con un sonido mudo; el título: BABY BLUE EYES, sonrío, obviamente no está inspirada en mí quizás en su madre o en alguna de sus mejores amigas, cojo un bolígrafo y comienzo con lo que mejor se me da: escribir, me inspiro en él, en sus ojos azules y en todo lo que representan para mí. Hago un buen trabajo, lo suficientemente bueno para dejar el cuaderno en la mesa con la esperanza de que lo vea al levantarse.

Tras limpiar el vaso y depositarlo con mucho mimo en su trono me dirijo al baño, al apartar la puerta de la cocina el calendario oscila peligrosamente y acaba ladeado, cierro la puerta y lo coloco con suavidad correctamente. El calendario es un buen resumen de lo que es y será su vida, estudio con curiosidad cada cita, en el día de ayer alguien ha escrito encima, de su puño y letra leo: ”Graduación”; sin embargo, alguno de sus amigos ha puesto: “Nada de drogas, hoy sexo y Rock ‘nd Roll”; creo saber cuál de ellos ha sido; me río con su sentido del humor; he de confesar que fue en su amigo en quien primero me fijé, aun así tengo el mejor criterio del mundo, gracias. Tiene otra nota apuntada para dentro de tres días: “Médico, 12:00”; me entristece, acompaña a su madre al médico cada seis meses para unas revisiones ordinarias, hace tres años le diagnosticaron cáncer; sin embargo, tras la operación todo mejoró. Por mucho que duela, es algo que le ha hecho mucho bien a él: pensaba dejar los estudios y su madre peleaba con él día sí y día también: ayer se graduó; además aprobó el carnet de conducir para poder acompañar a su madre cuando su padre trabajara, incluso se compró un coche que le ayudo a limpiar cada domingo, no falta mucho tiempo para tu ducha, pequeño. Ya que me siento parte de su vida también, decido añadir un pedacito de mí al calendario, levanto las hojas de los meses al azar: octubre, no tiene ninguna nota a excepción de algún cumpleaños, cojo un rotulador y escribo en un día al azar lo primero que me viene a la mente, una vez escrito me separo unos centímetros del calendario para observar mi mensaje, ladeo la cabeza y asiento, comentario aprobado; el texto, una simple palabra pero una dura obligación: SONRÍE =). Por simple curiosidad decido ver cómo ha decorado (si lo ha hecho) el día de mi cumpleaños, paso las hojas hasta encontrar ese pequeño cuadradito del mes de diciembre, está vacío; sin embargo, justo en el hueco de arriba, una semana antes ha escrito: “Buscar regalo” y en el día siguiente: “Comprar regalo”, en el siguiente, él mismo ha vuelto a escribir: “Cambiar regalo por uno mejor”, no puedo evitar soltar una silenciosa carcajada, destapo de nuevo el rotulador y tacho con una equis cada orden que él mismo se ha impuesto y escribo en el hueco de mi nacimiento: “Concierto privado”. En todo el tiempo que llevamos juntos jamás me ha dedicado una nota, ni siquiera una canción cuando estamos solos, me lo debe.

Necesito despeinarme, anoche ni siquiera me quité los adornos del pelo, por lo que sigo excesivamente peinada alboroto mi cabello y divago en la estancia más íntima de la casa. De nuevo un detalle consigue sorprenderme: hay un cepillo de dientes, uno nuevo que se encuentra aún en su envoltorio, tal y como me prometió en su día: ha comprado un cepillo solo para cuando me quedase a dormir y es que no es la primera vez que uso su cama como protección de la realidad, pero sí es la primera vez que él está presente en el refugio, la primera vez que pasé la noche allí me había escapado de casa, no soy una persona problemática: vivo con mis padres, estudio en la universidad, hago deporte, aprendo idiomas y tengo a las mejores personas del mundo a mi alrededor aun así, a veces se necesita una evasión. Gracias. Lo utilizo como si se tratara de oro. Me miro en el espejo y un alegre reflejo me presenta una dulce sonrisa con ojos aún brillantes, gracias.

Vuelvo a su cuarto, él sigue igual que cuando me fui, tiene un increíble don para eso, su tranquilidad promete el descanso eterno. No me atrevo a romper el encanto y me paseo por la habitación en busca de algo que analizar. El cuarto es en sí una obra de arte, podría pasarme horas allí entre recuerdos que flotan en el aire, notas que empapan las paredes y objetos que huelen a belleza.

Creo que el corcho que se alza enfrente del escritorio es la pieza más perfecta, apenas cabe una chincheta más, las fotografías de la polaroid ocupan todo el espacio permisible, cada cual más bonita que la anterior. Todas las fotografías tienen una historia detrás, una digna de novela. Están sus padres, su familia, su yo joven, sus amigos, sus compañeros, su primera guitarra, sus viajes… Una de las fotografías me impresiona, en el sentido más maravilloso de la palabra: soy yo, es la única imagen en la que salgo sola, estoy en su cama, sentada con las piernas cruzadas sobre las sábanas, de perfil a la cámara y mirando por la ventana, una noche apenas estrellada posa en todo su esplendor tras el cristal, en la habitación todo está oscuro salvo por una pequeña lamparita que se encuentra sobre una pila de libros y proyecta mi sombra más allá del cielo. Es preciosa, ni siquiera me di cuenta de cuándo la hizo. Gracias, sé que fue anoche: ahora mismo llevo la misma camiseta y eso explicaría por qué la polaroid se encontraba sobre el escritorio y no en su madriguera. Hay una foto que hice yo: mi hermano pequeño está en sus brazos y él sonríe mientras le saca la lengua, descuelgo la foto con mucho cuidado, los hombres de mi vida deben estar en mi vida ¿no? Así que extiendo la fotografía sobre mis cosas que están en el escritorio.

Le noto cambiar de posición en la cama, hacia mi lado, respondo a esa llamada involuntaria y acudo voluntariamente a la cama de nuevo. El colchón cruje mientras le busco entre las sábanas, al fin mi búsqueda da resultado: beso sus labios suavemente y su respuesta es casi automática. Finalmente reposa su cabeza suavemente sobre mi pecho y rodea mi cintura con los brazos. Cierro los ojos, él los abre. Gracias.