Me desperté en un cuerpo que no era mío. Había olvidado cómo
utilizar el aparato locomotor y el manual de instrucciones había sido
destruido. Por suerte, los pulmones trabajaban incesantes, ajenos a su reciente
existencia; algo similar le ocurría al corazón, latía con normalidad, como late
en cualquier cuerpo en reposo de aquella edad y en aquellas circunstancias,
pero tenía serios toques, diminutos detalles, que lo hacían diferente al resto
de corazones del mundo. No sabría decir por qué, lo relacionaba con algo
mecánico.
De nuevo intenté dar vida a mis extremidades con escaso
éxito. Los párpados, al ser los músculos más finos obedecieron mis órdenes con
radiante cortesía. Entonces abrí los ojos. Comprobé que la vista era uno de los
sentidos más útiles dadas las circunstancias. Yacía en una cama no tan
desconocida como se podría pensar. Las sábanas que me rodeaban hacían la
función de segunda piel en mi cuerpo, una piel fría y extremadamente lisa que
enrollaba mis piernas y cubría mi vientre. A pesar de las arrugas, se deducía
fácilmente que eran sábanas con escasa vida, recién nacidas quizás. Como yo.
Recordar lo anterior a mi despertar me resultaba difícil, y
aquello era tremendamente frustrante. Los diminutos toques de mi corazón se
aceleraban cuando forzaba a mi cerebro a trabajar. Corazón y mente estaban
aliados; nadie puede competir contra ellos si fuerzan una alianza, la historia
muestra los resultados de los intereses enfrentados.
Recorrí con mis nuevos ojos la sala que me había visto
renacer. Era una amplia sala pintada básicamente en blanco y con ventanales
modernistas que cubrían paredes enteras, muebles en blanco y negro formaban un
contraste tan perfecto como impactante. Me resultaba difícil distinguir entre
los paisajes que adornaban la habitación artificialmente y las deliciosas
estampas que surgían de las ventanas, ambos parecían dibujar la realidad de
manera demasiado perfecta para tratarse de ésta.
Puede que me encontrara a unos 100 pies de altura de la
ciudad y a unos dos metros bajo el cielo. Lo notaba, se percibía el olor a nube
y, por tanto, la altura lógica del edificio.
Hasta el momento, no había tenido la oportunidad de
ejercitar el recipiente de sonidos. Entonces sucedió, sonidos secos llegaban a
mis oídos rítmicamente. Yo no había conseguido averiguar cómo moverme así que
era perfectamente lógico pensar que no era la causante de aquellos ruidos.
Había alguien más allí.
Mi instinto me movió a entreabrir los labios. Falsa alarma,
falso instinto. Tuve la certeza de que podía emitir sonidos con toda la maquinaria bucal, sin embargo algo me
contuvo. Quizá fueran aquellos inteligentes latidos de mi corazón
descompasados.
¿Era correcto no sentir miedo? ¿Estaba bien no sentir más
que una paz eterna? Promesas del paraíso eran la traducción de aquel sonido.
Era una buena traducción, una traducción acertada. Lo comprobé en seguida.
Sus pies descalzos eran los autores del ruido. Apoyado en el
umbral de la puerta paseó su mirada por la habitación. Nuestros ojos se
encontraron y en mi corta existencia descubrí el nuevo concepto de atracción.
Sentí una atracción por aquellos ojos y su portador indescriptible. Una
atracción no solo física, no solo química; ascendía al grado de dependencia
vital.
De algún modo conseguí transmitir mi confusión con mi
mirada. Él la rechazo, no permitió que ese sentimiento se instaurara entre
nosotros. Ya no quedaba nada más en mis ojos, solo pureza. Él se veía reflejado
en ellos y yo en los suyos.
Una vez más, su mirada me examinó, me corrigió y me aprobó. Mis
labios se curvaron satisfechos por ese
hecho y, por fin, comencé a moverme.
oh dios, oh dios, que desconcertante! me encanta!
ResponderEliminarquiero saberlo todo, que pensabas cuando lo escribiste? quien es? porque no puede moverse la protagonista?
MUY CORTO MARINA! Necesito detalles!!
me gusta que me dejes con tantas incognitas! aunque quiero saber más hahahaha bipolaridad.
y no entiendo como es que no me habia enterado de que esto estaba aqui... voy a tener que vengarme...
un beso! ahhahahaha